Así es el cerebro de tu hijo cuando juega videojuegos

Pocos minutos de videojuegos dejan a los(as) niños(as) acelerados(as), estresados(as) y preparados(as) para una situación extrema ficticia, pero que viven como si fuera real.

Te relato una escena que podría ser cotidiana en tu familia. Mira cómo los videojuegos impactan el sistema nervioso de un niño:

“En el cumpleaños de Ana (6 años), Pol (8 años) estaba molesto porque ese día no contaba con la atención de sus padres. Llegaban los invitados y los atendían con mucho entusiasmo. Pol estaba aburrido en ese “cumpleaños de niñas” y quería irse a jugar con su consola de videojuegos. Su madre lo llamó varias veces para que participara en la actividad familiar, pero Pol se ponía nervioso entre tanta gente e intentaba escabullirse hacia su dormitorio para jugar con su consola.

Para evitar peleas, su padre le autorizó irse a su pieza, con la promesa de conversar sobre esto en la tarde. Durante dos horas aproximadamente, Pol estuvo en un mundo paralelo al cumpleaños de su hermana.

El tiempo que lleva jugando es mucho más del que suele permitir su madre, pero accede a “tiempo extra” porque sabe que estas actividades familiares lo abruman. Ella ve que el juego lo mantiene tranquilo un rato y piensa: “no pasa nada, es solo una vez”.

Mientras tanto, en el cerebro de Pol, se está dando una tormenta perfecta en la medida en que el juego online avanza. Su cerebro empieza a recibir gran cantidad de estímulos como luz, sonidos, movimientos, desafíos del juego, comentarios de otros jugadores y empieza a verse sobreexcitado. Su sistema nervioso empieza a andar a gran velocidad mientras intenta ganar la partida, sobrevivir ante el enemigo y defender su territorio. Su corazón empieza a latir más rápido y pasa de 80 latidos por minuto a más de 100, y su presión arterial aumenta de 90/60 a 140/90.

Pol no está viviendo en el campo de batalla real, sino que está sentado en su sillón en el dormitorio. Los estímulos visuales bloquean la posición de sus ojos y la luz LED de la pantalla inhibe la necesidad de descansar porque envía la orden al cerebro de que no se vaya a dormir, porque hay luz de día aún. 

Los niveles de dopamina (neurotransmisor a cargo de hacernos sentir placer) se elevan en su cerebro, manteniéndolo sobreexcitado y con foco en el juego. La estimulación visual y la intensa actividad obligan a su cerebro a adaptarse al mayor nivel de estimulación en pocos minutos, obligándolo a anular otras funciones que en ese momento no considera esenciales o necesarias. Por ahora, las áreas visuales-motrices de su cerebro están sobreexigidas. La sangre fluye hacia sus músculos, vaciando su intestino, riñones y corazón. En unos pocos minutos, el cerebro de Pol se preparó para la guerra que está viviendo en el juego. ¡Está listo para luchar o escapar!, pero sigue sentado en el sillón de su dormitorio. No hay tal guerra en realidad, solo que su cerebro aún no puede diferenciar la realidad de la fantasía.

Las vías de recompensa en su cerebro se encienden y se refuerzan por la inundación de dopamina, sobreexcitándolo aún más. Está concentrado en el juego a nivel máximo y no logra escuchar que su madre lo llama para cantarle feliz cumpleaños a su hermana. El padre va a su dormitorio y le apaga la TV, llevándolo obligado a participar del cumpleaños. Pol grita desesperado: “¡Papá, estoy en la mejor parte!”, estalla en lágrimas y corre hacia su madre, quien le llama la atención por haber jugado tanto rato.

En pocos minutos, los invitados empiezan a irse, y es hora de prepararse para ir a dormir. El padre le advierte a Pol que vaya a comer algo y a dormir porque no puede volver a jugar videojuegos ese día. Pol llora diciendo que eso es injusto, que no lo entienden y siente odio hacia él. Grita garabatos, corre hacia su dormitorio y da un portazo.

Su cerebro está completamente enganchado al juego aún, dispuesto a sobrevivir con todo, como un verdadero animal de la jungla, listo para luchar contra todos los desafíos.

No encuentra el control remoto de la TV y el cable de la consola porque lo tiene su padre. Saca los cojines de su cama, los tira y lanza la silla al suelo con rabia y descontrol. Su cerebro se llena de anhelos de venganza hacia sus padres. Al sentir estos ruidos, mamá va a su dormitorio para contener a su hijo. Tranquila, logra abrazarlo, esperando a que la rabia empiece a decaer.

En la medida en que su cerebro deja de recibir estímulos digitales del videojuego, la adrenalina y el cortisol en su cuerpo disminuyen, a su vez que su rabia pierde fuerza. Pol siente que no puede pensar bien ni tranquilizarse.

Mientras se tranquiliza, su padre le ayuda a ponerse la ropa de dormir y lavarse los dientes. Sin embargo, el cortisol (hormona del estrés) sigue alto, lo que le dificulta relajarse o pensar con claridad. Se ve confundido y abrumado.

Su madre lo mira con cariño, intenta calmarlo y lo lleva a su habitación. Baja la luz, lo instala en la cama y comienza a leer un cuento.

Su sistema nervioso intenta regularse a sí mismo de nuevo, pero esto toma varias horas, lo que hace que la sobreexcitación aún se evidencie en movimientos descontrolados o lágrimas.

Durante la noche, Pol despierta repetidamente con angustia, llama a sus padres varias veces. Su corazón se acelera y la sangre palpita en sus oídos. Tiene miedo de la oscuridad y reconoce a sus padres que está arrepentido de lo que hizo hoy y que se siente culpable. Su madre, mientras tanto, guarda la consola con llave y decide no dejarla usar de nuevo. Ella sabe que la causa del ataque de ira que vivió Pol ese día era consecuencia del uso de la consola.

A la mañana siguiente, Pol despierta menos enrabiado y desregulado, pero las secuelas de lo ocurrido lo mantienen aún con nieblas mentales, apático y cansado. Quiere comer dulces e insiste en ello, dado a que sus niveles de cortisol aún no se regulan del todo, siente aún necesidad de algo excitante. Pasarán varias horas, incluso días, antes de que su cuerpo y cerebro vuelvan a vivir en equilibrio.

Mientras tanto, sus padres acuerdan no volver a autorizar el uso de la consola y planean deshacerse de ella.

Cómo actúa el cerebro ante las amenazas:

¿Has vivido la situación de Pol? ¿Por qué un niño aparentemente normal y amoroso se descontrola emocionalmente a este extremo después de jugar videojuegos?

Jugar videojuegos le hace sentir al cerebro infantil los mismos riesgos amenazantes que se viven en la realidad, aunque sean escenas ficticias. La amenaza no necesariamente tiene que ser real, solo necesita ser un peligro percibido para que el cerebro y el cuerpo reaccionen.

Cuando el cerebro detecta el peligro primitivo (el que pone en riesgo su vida), los mecanismos de supervivencia se activan rápidamente para protegernos de la amenaza. Esta respuesta es inmediata y necesaria para la supervivencia.

Cuando la amenaza se presenta a partir del videojuego, el instinto se activa igualmente. El sistema nervioso y las hormonas influyen en nuestro estado de excitación, saltando instantáneamente a un estado de hiperexcitación, lo que conocemos como la “respuesta de lucha-o-huida”.

En el día a día, las reacciones del estrés leves nos ayudan a hacer las cosas. Pero las situaciones extremas activan rápidamente las respuestas de lucha o huida, incluso cuando la supervivencia no está en riesgo, como en el caso de una experiencia de juego online.

Estos niveles de estrés, cuando se perciben situaciones extremas (reales o no), demoran varias horas en retomar su equilibrio. Si se dan con frecuencia, o con demasiada intensidad, el cerebro y el cuerpo tienen problemas para regularse nuevamente, lo que lleva a un estado de estrés crónico o permanente. Los especialistas han evidenciado que el tiempo de pantalla induce reacciones de estrés incluso en niños que habitualmente son tranquilos y regulados.

El estado de estrés aleja la sangre de la parte del cerebro a cargo de la toma de decisiones y la regulación, enviando la sangre hacia las áreas a cargo de las reacciones de supervivencia, causando un deterioro en el funcionamiento.

Durante la infancia, el sistema nervioso está todavía en desarrollo y esta secuencia de eventos amenazantes de manera permanente hace que cada vez la situación sea más difícil de regular. Debido al estrés crónico, un niño hiperexcitado presenta dificultades para regular los impulsos, seguir instrucciones, tolerar la frustración, acceder a la creatividad y la compasión, y ejecutar tareas.

Muchas personas consideran que la tecnología llegó para quedarse y que los niños pueden aprender a regularla. Considero que es necesario primero enseñarles cómo funciona su cerebro, para que logren entender que deben esperar que su desarrollo avance para poder introducir de a poco actividades digitales. No es realista esperar que el cerebro se adapte a la estimulación intensa y artificial que no puede manejar de buena manera. Tampoco es realista esperar que un niño aún en desarrollo controle su tiempo de pantalla porque no tiene esas capacidades aún disponibles del todo.

Aprender cómo impacta la tecnología en el cerebro infantil puede literalmente cambiar la vida del niño. Ayudar a los padres a tomar decisiones informadas y conscientes les permite fomentar el sano desarrollo de sus hijos.

Si bien el mundo ha cambiado y estamos rodeados de tecnología, la forma en cómo el cerebro responde al estrés sigue siendo la misma que hace millones de años.

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