Este año cumplimos 10 años desde que entró en vigencia esta ley emblemática que cambiaría el rumbo de la educación chilena. La Ley de Inclusión Escolar, tal como se señaló en su promulgación, prometía mejorar la calidad, la equidad y reducir la segregación, eliminando el lucro, el financiamiento compartido y la selección académica. Sin embargo, a 10 años de aquello, no se ha cumplido su objetivo fundamental: entregar a todos los niños de Chile una educación inclusiva, equitativa y de calidad.
¿En qué estamos? Pues, bastante lejos de ese objetivo.
En esta oportunidad solo me referiré a uno de los temas que me preocupa sobremanera por el alto impacto que está teniendo en la convivencia educativa y en el trabajo de aula.
Hablaré de la inclusión escolar.
Hoy, la realidad del aula inclusiva dista mucho del objetivo propuesto.
Si bien es cierto que, con el sistema de admisión universal, la mayoría de los estudiantes de nuestro país tiene acceso a los establecimientos educativos elegidos por sus padres, esto no significa que el aula inclusiva esté cumpliendo con la igualdad de oportunidades de aprendizaje para todos.
La realidad de la inclusión se ha visto perjudicada por varios factores, entre los que destaca la falta de preparación profesional del docente de aula para abordar las exigencias de la inclusión —solo hace un par de años que en la formación inicial docente se destinan créditos a ramos sobre inclusión, diversidad y necesidades educativas especiales—, la falta de implementación e infraestructura para la atención a la diversidad e inclusión, la saturación de estudiantes por sala, el escaso espacio y una larga lista de otros obstáculos.
Hoy no podemos hablar de inclusión justa y equitativa. Esa no es la realidad en la mayoría de los establecimientos escolares, a pesar del altísimo esfuerzo que realizan el profesorado y los asistentes para superar las dificultades.
El estrés que hoy se vive en el aula está causando estragos en el aprendizaje y la salud mental de estudiantes y docentes, y no se vislumbra mucha luz al final del camino.
En la medida en que no se superen las dificultades estructurales de la educación chilena y la autoridad entienda que no se trata de mala voluntad por parte de los profesores, el cumplimiento del objetivo propuesto hace 10 años no se logrará.
¿Dónde deben estar los cambios radicales?
Por de pronto:
- Repensar la fórmula del número de estudiantes por sala: no se puede abordar la inclusión escolar satisfactoriamente con una proporción de 45 alumnos y 1,1 m² por alumno.
- No podemos avanzar en el aula escolar sin cambios en la formación inicial docente que permitan contar con profesionales preparados para abordar las necesidades de la inclusión y la diversidad.
- La autoridad debe priorizar el presupuesto destinado a robustecer el Programa de Integración Escolar (PIE), para poder apoyar adecuadamente a todos los estudiantes que presenten Necesidades Educativas Especiales. Hoy hay estudiantes de primera y de segunda, quienes reciben el apoyo que buenamente les pueda dar el colegio porque “no entran en el PIE”.
- Se debe fortalecer la preocupación por el bienestar docente, de manera tal que situaciones como la violencia laboral se puedan prevenir y resolver de manera satisfactoria, y no solo cosmética.
Hay mucho por avanzar.
En la medida en que se sinceren las realidades, se podrá.
Espero que en los próximos 10 años podamos decir que se ha logrado.