Los últimos hechos de violencia en colegios nos han mostrado un lado de la sociedad que no queríamos ver.
Situaciones graves de violencia escolar ocurridas en un establecimiento en Trehuaco, en San Javier y en varias localidades más de nuestro país, nos alertan que algo grave está pasando a nuestros niños/as y adolescentes.
Quisiera sacar a la luz, una noticia publicada el día 30 de marzo por el diario la Tercera sobre una iniciativa del Mineduc en la que el ministro Cataldo señala lo siguiente: “Planteamos el lanzamiento de una convocatoria para infraestructura que tiene como foco principal la habilitación de salas sensoriales, para que sean espacios protegidos y seguros para la regulación emocional, que es algo con lo que hoy día no cuenta la mayoría de los establecimientos educativos”.
Con independencia que se trata de una buena y necesaria iniciativa, tendremos que esperar que pase un buen tiempo entre que se transite desde el planteamiento a la realidad. El problema es que hoy, ya no podemos esperar más.
Mientras esperamos que avance la burocracia chilensis, necesitamos que la autoridad ministerial proponga otra medida complementaria de más pronto arribo, que signifique apoyo directo en sala, profesores/as capacitados en manejo de la diversidad y estrategias anticipatorias, con capacidad de prevención y no tan solo de reacción. Además, de reales acciones de resguardo y protección a profesores y asistentes de la educación que viven diariamente situaciones de violencia ambiental (espacios escolares no habilitados para la verdadera inclusión, tiempos de trabajo extenuantes, carencias básicas de apoyo y seguimiento de casos, etc.), violencia física y afectación socioemocional grave.
Los profesores/as y asistentes no pueden esperar.
